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Un paisaje anónimo, la biblioteca de la memoria colectiva
Cuando el público entró al Teatro de la Ciudad de Casa de la Cultura, para la segunda función del Festival Internacional Un Desierto Para la Danza 2022, se encontró con una sorpresa: tres cuerpos femeninos estaban acostados, inmóviles, en el escenario. Dos de ellos estaban ligados por unas varas de madera que daban la impresión de ser una soga. El público tomó asiento con complicidad.
Poco a poco, esas varas fueron cayendo. Ecos. Los cuerpos se fueron despertando. Se trata de la obra “Paisaje” de la artista sonorense Melva Olivas. El proceso de observar (no ver: observar) la danza va ligado enteramente a una cuestión sensorial. Ahí sí es válido hacer la dicotomía entre sentimientos y razón. Uno observa lo que pasa en el escenario y son los sentidos los que responden. Después vendrá el tiempo de darle un orden y razón. Pero ese primer instante es el que contiene magia, lo que despierta en uno lo que está viendo.
“Paisaje” es una propuesta estética minimalista, de movimientos contenidos, de reflexiones que cruzan el escenario. Las tres mujeres, que usan su propio cabello como máscaras y están desnudas de la cintura hacia arriba, van moviéndose de una forma ralentizada en posturas que denotan el control absoluto del cuerpo. La música, de corte vanguardista, acompaña la propuesta. El cuerpo es el primer territorio, el primer paisaje, y no podemos obviar el entramado histórico de las experiencias que atraviesan a las mujeres.
Todo en “Paisaje” tiene una intencionalidad. Cada movimiento, cada detalle tiene un porqué. Escuchamos los resoplidos de cada una de las bailarinas, somos cómplices de ellas, observamos la agitación del cuerpo en la quietud, el vaivén de los pulmones inhalando y exhalando. La decisión de ir desnudas del torso no es una provocación, es una reivindicación de la diversidad de los cuerpos femeninos, se mezcla lo femenino con lo masculino, lo andrógino; esas divergencias que sirven como contrapunto a la uniformidad. El telón baja.
La siguiente pieza que se presenta es “Anónima”, obra de Melva Olivas y Jésica Elizondo, finalista del Premio Nacional de Danza “Guillermo Arriaga”. Si en “Paisaje” asistimos a una obra minimalista, de lenguaje más contenido, en “Anónima”, somos testigos de un lenguaje dinámico, del movimiento poético como acción escénica. Cinco mujeres danzantes se mueven en el escenario, incesantes, corren, giran, se abrazan.
“Anónima” es un receptáculo de memorias colectivas, del inconsciente colectivo, de experiencias que todas las mujeres atraviesan. El fondo es un fractal de la imagen que vemos cuando volteamos al cielo. En ese movimiento donde la nuca toca la espalda, reside el punto más fino de la supervivencia humana y de la vulnerabilidad del cuerpo humano. Eso es "Anónima": un hilo conductor de lo femenino, de la mujer, un canto a la sororidad.
Gabriela Guerrera Woo, Rocío Reyes, Irasema Sánchez, Samantha Torres y Melva Olivas ofrecen una obra empática, universal; una disertación desde el movimiento que hipnotiza al espectador.
“Ambas piezas tienen un enfoque de perspectiva de género, en 'Anónima' buscamos ver las experiencias vividas por mujeres. Hay una preocupación genuina por buscar un espacio seguro, es un recipiente de memorias y experiencias que compartimos. Encontramos que en el anonimato nos unificamos”, relata Melva Olivas Durazo.