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Un domingo de plaza
Álamos tiene esa especie de magia que hace que el tiempo se detenga. Un domingo en el Festival Alfonso Ortiz Tirado es ser partícipe de las cosas mínimas que son las que dotan de sentido nuestra vida: una familia compartiendo un helado en La Plaza de Armas, una pareja abrazándose en el Callejón del Beso, amigos comiendo tacos en La Alameda; niños recorriendo el Museo Costumbrista; la señora y su hija yendo a misa en el Templo de la Purísima Concepción. Esa red de eventos, a simple vista desprovista de interés, son las que van sumando a la experiencia del Festival.
Como todos los días, la actividad del Ortiz Tirado arranca en el Mercado de Arte, una experiencia que ahonda en esa tensión tan bella que es la tecnología y el saber ancestral de nuestros pueblos originarios. A mediodía, La Alameda es el escenario para Rapsimodo, de la Compañía Theatrum Manus Teatro, obra infantil que aglutina niños y grandes.
Es turno de la música: Recital de voz y guitarra El Cancionero del viento y el río, del Dúo Estañol, para darle paso al quinteto de alientos Mill Ave Chamber Players, que desde Phoenix presentó su potencia musical. En el Templo de la Purísima Concepción, la soprano Betty Garcés y el tenor Carlos Alberto Velásquez, maravillaron a la gente.
Ya con el ocaso de la tarde, Diana Lucía y su música regional llenaron La Alameda y pusieron a bailar a la gente, que desfiló hacia el Palacio Municipal para ver la Gala Operística; un concierto intimista y bello que iluminó la noche.
El Callejón del templo se engalanó con la presencia de Fernando Robles y Las Musas que encantan, música oaxaqueña. La nota final del domingo fue para Malas Compañías y su Ecos nostalgia, boleros para sanar el alma.